martes, 23 de junio de 2009

EL VIEJO PROFESOR

Amanece despacio y el sol comienza a acariciar los edificios de Viena. El astro no entiende quién de ellos es más añejo e importante…, así la vanguardia y la historia se entremezclan naciendo lentamente a un nuevo día.

El viejo profesor se retira después de una noche de guardia bajo las estrellas alimentando su obra, llena de páginas con olor a mar, su último trabajo finalizado hace escasos minutos. Relee para el firmamento, masticando las palabras a fin de que tengan estructura y entendimiento. Arrastra su voz por cada línea, tachando o añadiendo un sentido a la percepción de un sentimiento, quiere sentir su trabajo, desea que quien lo compre para deleite, comprenda cada milímetro. Su voz aún joven a pesar de los años, acompaña por última vez al silencio de la noche, único camarada en su travesía.

Esa mañana tiene una vieja añoranza dormida durante tiempo y despertada sin saber por qué en el amanecer. Antes de la retirada, vuelve a echar una ojeada a la ciudad en la que se refugió muchos años atrás. Desde la azotea adivina cada rincón en el cual alguna de sus piezas magistrales había encontrado inspiración. Para un instante en el recorrido, un golpe de tos interrumpe su paseo mental, esos detonantes les están matando poco a poco, es consciente.

Una vez pasado el pequeño temporal bronquial, hace algo prohibidísimo por su médico de cabecera: enciende un cigarrillo cuyo tabaco está tan seco como el mismo, prepara un melange bien cargado de cacao y crema y se sienta a respirar el aire fresco de la mañana que se acerca. A vista de pájaro presiente Mozarts Figarohaus en cuyo patio tantas veces recibió vibraciones insultantes, deseando correr a casa y ponerse a reflejar con los cinco sentidos aquello. Desviando la vista, adivina la calle donde se ubica el café Central ¡Cuántas horas pasadas allí! Perdidas en conversaciones rítmicas con el sonido de fondo de un viejo piano, e iluminadas por la claridad de pensamiento de sus contertulios, iconoclastas como él de la vieja retaguardia...

Sí, demasiados recuerdos buenos plasmados en un trabajo que disfrutarían otros a través del tiempo. Nada de qué arrepentirse el viejo profesor de literatura, su gran amor clausura definitivamente página.

Cierra los ojos y se deja llevar, comprende que se va, no así su obra, historias de amor, desazón, esperanza, guerra y tal vez alguna frustración..., mayor placer no pudo sentir, esto también lo percibe. Fue lo que siempre deseó ser: escritor de las pequeñas cosas.

El sol brilla en lo alto de la gran ciudad y, en una azotea no muy lejana, alguien espera quien le sustituya para la vela diurna... Las estrellas se han quedado desamparadas, claman un nuevo compañero que las duerma cada noche con una historia.
¿Quieres ser tú?

5 comentarios:

José Antonio Illanes dijo...

¡Ay, Mari Ángeles! Si es por palabras y por historias, por contadores de cuentos, por soñadores y poetas, las estrellas nunca estarán solas. Siempre habrá voluntarios que las acunen con sus quimeras escritas. Y siempre se dejarán arropar y mecer por las palabras. No ha habido nunca ni habrá oyentes más fieles, atentos y comprensivos que las estrellas.
Extraordinario cuento. Me encanta. Un abrazo.

TORO SALVAJE dijo...

Me ha enternecido ese profesor.
O sea, me has enternecido.

Besos.

lys dijo...

Ese viejo profesor que escribe bajo las estrellas, me a conmovido, ojala las estrellas nunca se queden sin sus cuentos e historias tan hermosas como esta.

Un abrazo. Todo un lujo leerte

FDG - El Señor de Monte Grande dijo...

Historia tierna la del profesor, quien puidiera ser su heredero.

Un beso desde MG

calamanda dijo...

Viena...inspiración...
vibraciones insultantes...

PRECIOSO RELATO.

Un abrazo fuerte.