Apenas recuerdo aquella película del 2001, sé que
era romántica y que la protagonista estaba rodeada de pequeños gestos hacia los
demás. Sin embargo a mí lo que más me impactó fue el nombre; a cada uno nos
imprime un valor distinto cada cosa que nos roza y varía su textura, su razón
de ser…, de ahí que los seres humanos seamos tan distintos unos a otros.
Y a mí Amélie me sugiere ternura, delicadeza,
dulzura, incluso elegancia y, quien es poseedor de este nombre, me hace pensar
que es persona de sencillos gestos, perseverante, buena gente e, igual que una
delicada flor, su ser ha de ser limpio y puro.
Pero no vengo a hablar ni de la película ni del
nombre, sino a contaros una historia tan tierna como el nombre de Amélie…
Las protagonistas se llaman Amelia y Marta. La
primera vive desde hace años en una residencia para personas mayores y, la
segunda, trabaja en esa residencia.
¿Cómo es Amelia? Os preguntaréis… Pues en cierto
modo es la antítesis del físico de cómo
me imagino a la mujer portadora de ese nombre.
Amelia es de complexión robusta, alta para su edad, lleva el pelo teñido
de moreno, y sus ropajes son tan desgarbados como su propia persona a la que
lleva colgado en su antebrazo un pequeño bolso donde guarda caramelos y,
seguramente, demasiadas ausencias; cuando la ves, te recuerda a Isabel II que
va a todos los sitios con su bolso. Pero, a dos minutos que repares en Amelia,
resurgen en ti una ternura inusitada; semeja una niña grande y desvalida. Sus
ojos son noche, o son chocolate, que te miran fijamente buscando las respuestas
que ella no tiene. Porque no comprende qué hace allí, ni el porqué un día la
sacaron de su casa y, mucho menos, por qué no puede salir a la calle, sentirse
pajarillo libre que pasea por el cielo de su ciudad; no lo entiende y, menos,
lo admite.
Como ladrón al acecho de su objetivo, Amelia
espera paciente la oportunidad de escaparse, de ver esa puerta mágica por la
que entra y sale gente… y que a ella le está vetada; eso la pone triste, muy
triste.
Marta, nuestra segunda protagonista, es una
muchacha joven, de ojos despiertos, ademanes dulces y educados, aunque lo que
más me gusta de ella es su eterna sonrisa, tímida y tierna. Cuanto más observas
a Marta, más te afianzas en el pensamiento de que hay gente que nace para hacer
grata la vida a los demás, y que sus cualidades son positivas para cualquier
trabajo que desempeñe en su vida.
Amelia es silenciosa en su objetivo de volar
fuera del nido en que la ha colocado su familia y, como no desfallece, al final
del día puede resultar agotadora para cualquier palomita blanca (éstas son las
auxiliares que trabajan en la residencia) que la cuide, menos para Marta.
Marta es paciente hasta el infinito y con la
ternura que la caracteriza, logra convencer a Amelia que a su lado hay cosas
mucho mejores que salir a la calle. Así que cuando está de turno Marta, a
Amelia la puedes ver leyendo el periódico, viendo una revista, recogiendo vasos
o todo lo que se la ocurra a Marta porque Amelia, después de mirarla con esos
ojos tan perdidos, agacha la cabeza y obedece a marta sin rechistar.
Y así pasan las horas, los días, los meses,
incluso los años, Marta y Amelia. Ambas son como ese jardín que crece al abrigo
del mundanal ruido, pasando estaciones, mientras en run-run del agua de la
fuente te hace pensar que la quietud de aquellas paredes es el mejor rincón
para que el alma de Amelia encuentre la serenidad.
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