domingo, 1 de junio de 2014

NOVENTA Y NUEVE MANERA DE SER FELIZ

Nunca terminas de conocer a la gente; a los vecinos, menos.
El término vecindad la verdad es que le he practicado muy poco; en mi primera casa terminé de los vecinos hasta la cresta de mi peineta y en la segunda casa, mi horario de trabajo era incompatible para hacer relaciones vecinales. He de comentar que yo iba bajo el influjo vecinal de casa de mi madre que, pedir un huevo, una ayuda momentánea, preguntar por la salud, por sus vidas, era lo normal y, claro, cuando llegué a Madrid la chica de provincias se pegó un topetazo monumental. Cuando llega finales de mayo traslado mis chismes al campo, a esa  casa que hizo mi padre para cuando se jubilara, lo cual nunca sucedió y ahora me alegro porque si viviera no tendría ningún vecino de su quinta que en su momento pasaron del estatus de vecino a amigo; todos se han muerto.
Y es aquí donde entra en escena mi vecino, un tipo curtido en desengaños y, su rostro afable, una cartografía de sí mismo. Su carácter es sencillo, sin falsas pretensiones y de gustos asequibles y campechanos. Es más, le tengo por una persona que a la altura de su película personal pide a la vida tranquilidad y disfrutar de sus pequeños placeres, no más.
Pero es que ayer me sorprendió aunque analizando posteriormente me encajaron a la perfección todas las piezas… Estaba yo con el plumero “tralarí tralará” cunado me llamó desde su porche “Eh vecina, tengo para ti una cosa muy especial” Yo contesté feliz “vale, qué guay, luego paso” “Eh, vecina, pero tiene una condición” “¿Cuál?” “Que me lo devuelvas, pero que no se te olvide, me lo tienes que devolver, ¿vale?” “Vale”… Cuando abandoné el plumero por una actividad lúdica, me acorde y pasé a casa del vecino que me recibió con un Martini y con una pequeña cosa que, sin gafas, no aprecié demasiado pero levanté el rostro hacia el suyo; éste estaba iluminado con un cierto gesto de niño complacido y feliz. Me hizo gracia porque al hombre, llegado a un punto de su vida y antes de la regresión a la infancia, es muy difícil encontrar en él el candor, la ilusión, incluso la inocencia aún no violada que te da esa edad que se esfuma de nosotros tan rápidamente; y es que mi vecino la tenía. Porque, además, mi vecino es de esa raza de hombres que están en la frontera entre el feminismo y el machismo y que por su edad y educación cada vez dependen más de su pareja; sin ella se sentirían perdidos. Él y ella forman un tándem perfecto a la antigua usanza, que pase lo que pase, su relación es sólida como una roca; se conocen demasiado y no es por inclinar la balanza al lado de las mujeres, pero es que la suya vale un Potosí, con las cualidades justas que él necesita.
Pues bien, me senté, encendí un cigarrillo y tragué un sorbo de aquel delicioso Martini. Mi vecino seguía expectante a que yo terminara el ritual de bienvenida para proceder a la entrega, no antes de haber vuelto a insistir que se lo tendría que devolver; yo asentí y miré sus manos. Él con autentica devoción y solemnidad puso en mis manos un pequeño libro “99 pasos para ser feliz”; me quedé de un aire. Sí, porque de mi vecino podía esperar muchas cosas, pero eso no. El hecho, la sensibilidad de aquel supuesto manual para alcanzar la felicidad en noventa y nueve zancadas, no le pegaba nada y, menos a un hombre… Sí, me di cuenta que acababa de descubrir un nuevo prejuicio en mi persona: estaba limitando al hombre por ser hombre, y luego yo dándome de aperturista e igualitaria.
Pasé un rato muy agradable en casa del vecino y por la noche al meterme en la cama me acordé del librito; me leí dos capítulos antes de quedarme dormida: Aquí y ahora y el segundo, Los demás.
Al despertar y según iba recuperando la conciencia, la imagen de mi vecino se iba mostrando cada vez más nítida. Él es de aquí y ahora donde busca la satisfacción, la paz, la felicidad; no espera al mañana, ni retrocede al pasado sino aquí y ahora, en esos pequeños gestos, momentos que te hacen tan grata vida a ti como a los demás… Los demás, para tratar a los otros, a los vecinos, amigos, familia…, has de practicar la paciencia, la humildad y la sensibilidad… Y desde luego mi vecino lo practica con asiduidad.
Se me ha hecho tarde, el plumero me espera, pero antes deciros que me siento una persona con suerte, sí mucha suerte, aunque a veces los nubarrones me impidan ver y sentir.

¿Y tu relación de vecinos, cómo va?

2 comentarios:

Sandra dijo...

Gracias

PEPE LASALA dijo...

Pues me he quedado intrigado para ver qué era Mª Ángeles, y la verdad, es un gran regalo... bueno, regalo no que se lo tienes que devolver. Aquí mi relación con los vecinos va estupendamente. Hay un par que, al principio eran algo estiradillos, pero tras cuatro sonrisas de buenos días, un ¿cómo está la familia? y otro ¿qué tal va esa vida? han cambiado de actitud. Un beso y buen fin de semana.