Este año me han hecho un encargo especial. En la residencia donde vive mi madre hay un taller de recuerdos, y me ha pedido que el día 20 de diciembre lea algo para los ancianos. Y esto es lo que he escrito para ellos...
Hay días en que el reloj de la vida araña a mi ánimo.
Hay días en que me levanto con ganas de no hacer nada, de mandar todo al carajo y quedarme contemplando a la nada.
Hay días en que no encuentro mi camino, me levanto ciega y si no fuera por mis lazarillos blancos, no hallaría mis horas.
Hay días en que la cabeza no responde a los impulsos externos; sólo quiero llorar. Estoy cansada y me siento devaluada como una moneda, pero llegan Chus, Montse, Virginia… mis palomas blancas y recupero mi memoria.
Hay días que me despierto y pienso que todo lo hago mal, que la edad me está facturando la energía consumida.
Hay días que me siento avestruz desplumada, cobarde y pusilánime… Y, sin embargo, la vida me llama a que salga a su encuentro.
Hay días en que necesito una sonrisa, una palabra de ánimo que me invite a bailar las horas con el coraje y el humor suficientes, pero no lo tengo. Entonces surgen como de una nube mis palomas blancas para decirme con la luz de su mirada ¡Feliz navidad!
NOCHEBUENA
-Niña, ¿has puesto la mesa?
-Sí, madre, cómo a ti te gusta.
-Niña, faltan cinco platos.
-No, madre, somos siete. Todo está bien.
-Te digo que no, hija. Faltan cinco, ¡si lo sabré yo!-Marina menea
la cabeza enfadada con su hija Carmen.
-¿De qué me hablas, madre? Están los platos de tus cuatro nietos,
tu plato, el de mi marido y el mío. Está todo bien puesto, madre.
-No, hija no. Faltan los dos de mis padres, el de mi hermano
Julián, el de
tu padre y el de mi hijo Adrián. Faltan cinco platos.
Marina baja la mirada a sus manos. Se atusa sus dedos largos y
siente cómo Adrián, su marido, desde el
cielo atusa las manos de Marina con amor incondicional. Ese amor que compartieron
durante tantos años juntos. Siempre le añora, cada día cuando despierta, su
primer recuerdo es para él, su mirada tierna de desvelos, su aterciopelada voz.
¡Claro que pasaron calamidades! Cincuenta y dos años juntos dan de sí para
mucho, más, en aquellos años de la posguerra en que no había nada, y Adrián
trabajaba los campos con ahínco mientras las bocas se multiplicaban, y no todos
los años la cosecha era buena. Pero cuando eso pasaba, Marina hacía magia y de
la despensa sacaba el garbanzo guardado y así, si el año había sido malo, encontraba de dónde tirar.
Lo aprendió de sus padres, también de tierra de campos, y de su único hermano,
Julián, que de padre hizo con Marina cuando los progenitores marcharon aquel
crudo invierno para nunca más volver. Sin embargo, al llegar cada Nochebuena
sus platos estaban en la mesa y juntos cantaban villancicos. Al partir Julián,
el hermano de Marina, ésta recogió el testigo y en la Nochebuena añadía a su
mesa los tres platos que faltaban.
De pronto a Marina se la escapa una lágrima recordando aquella
víspera de navidad en la que su hijo pequeño se puso enfermo y Dios se lo llevo
sin dar tiempo a que la mano del hombre sanase a aquella criatura. Marina no
lloró, estaba tan enfadada con Dios y esa pena que solo una madre siente, que
ese año no quiso saber nada de la navidad, la tristeza puso con Marina. Al año
siguiente Marina y Adrián añadieron a su mesa de Nochebuena el plato de su hijo…
Y así fue pasando la vida. Los rostros queridos se esfumaban pero no su amor
por ellos, su recuerdo, la tradición del plato, el villancico… Porque si Marina
cierra los ojos, a pesar de las penas y los duelos, solo siente los recuerdos
buenos Y ahora, por ejemplo, está viendo
sus rostros, escuchando sus voces desafinadas cantando al Niño Dios.
-Mira Madre junto al pesebre he colgado tus cinco estrellas.
-Y el nacimiento, ¿has puesto al niño en el pesebre?
-Sí, madre, cómo a ti te gusta.
Marina suspira y elevando la vista al cielo dice en voz baja “Adrian
tu hija Carmen este año no te pone el plato. Te ha metido en una estrella como
a mis padres, a mi hermano, nuestro hijo... Comprende, los tiempos cambian”
HAY DÍAS Y DÍAS
Hay días que me despierto con el miedo cosido a la piel. No sé lo
qué temo, pero pensar que he de salir al mundo a lidiar mis horas, agarrota mis
huesos y las sensaciones se esconden.
Hay días en que aunque me empeñe en pintar soles sobre mis paredes, no alcanzo a ver la luz.
Hay días en que aunque me empeñe en pintar soles sobre mis paredes, no alcanzo a ver la luz.
Hay días en que el reloj de la vida araña a mi ánimo.
Hay días en que me levanto con ganas de no hacer nada, de mandar todo al carajo y quedarme contemplando a la nada.
Hay días en que no encuentro mi camino, me levanto ciega y si no fuera por mis lazarillos blancos, no hallaría mis horas.
Hay días en que la cabeza no responde a los impulsos externos; sólo quiero llorar. Estoy cansada y me siento devaluada como una moneda, pero llegan Chus, Montse, Virginia… mis palomas blancas y recupero mi memoria.
Hay días que me despierto y pienso que todo lo hago mal, que la edad me está facturando la energía consumida.
Hay días que me siento avestruz desplumada, cobarde y pusilánime… Y, sin embargo, la vida me llama a que salga a su encuentro.
Hay días en que necesito una sonrisa, una palabra de ánimo que me invite a bailar las horas con el coraje y el humor suficientes, pero no lo tengo. Entonces surgen como de una nube mis palomas blancas para decirme con la luz de su mirada ¡Feliz navidad!
2 comentarios:
"Hay días en que me levanto con ganas de no hacer nada, de mandar todo al carajo y quedarme contemplando a la nada."...
Si, me adivinaste el pensamiento, pero al leer la frase me has hecho pensar que todavía tengo motivos para ver hermosos, la nada ya llegará cuando toque.
GrAcias por tus cuentos tan llenos de vida.
Feliz Navidad.
Un abrazo.
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