miércoles, 27 de diciembre de 2017

CHOCOLATE PLAYERO

Aquella mañana me sentía una princesa de ésas que salen asiduamente en las revistas en las que parece que el mundo está para satisfacer sus necesidades, y que el ocio ocupa una parte importante en sus vidas. Íntimamente me preguntaba si se me notaria mucho que no era de ese gremio, sino una simple currante que se había gastado los escasos ahorros en un viaje y, ahora, estaba tratando de emular un estilo de vida que no era el suyo. En el fondo, daba igual que se me notara o no, la sensación era lo suficientemente placentera como para deleitar los cinco sentidos tan tocados por la realidad.

El entorno era exactamente el de los folletos de viaje: apoltronada en una tumbona bajo una sombrilla de paja, frente a un mar de agua turquesa cuyas aguas eran el cristal que te hacía ver el vaivén de peces de colores. Por la orilla, paseaban mujeres igual que estuvieran en una pasarela exhibiendo estilo y belleza. Cuerpos modelados en un gimnasio, pechos formados a la sombra de un bisturí igual que sus labios o narices. La piel parecía seda dorada acariciada por unos rayos de sol exclusivos para ellas. Sinceramente, estaba extasiada por aquella exaltación de armonía donde el entorno de roca veteada de pinos y una arena, tan blanca y fina como una lluvia de gluten, que parecía el escenario ideal para que hombres y mujeres, de una especie que no te encuentras normalmente por la calle, pudieran saborear un manjar hecho para unos pocos... Y allí estaba yo jugando a princesas imaginarias.

Cerré por unos instantes los ojos para sellar aquella escena en la memoria y grabar en mis pulmones el aroma de alga y salitre cuando, de pronto, sentí algo sobre mí. Desperté del ensueño y me encontré un rostro pintado de noche en cuya boca estaba colgada una luna risueña.
-Señorita: Gucci, Dior, Prada, Vuitton...
Me incorporé ante el magnetismo de aquella sonrisa y unos ojos que me expresaban más de un océano incompresible para mí. Me quedé mirando la mercancía sin saber bien lo que veía hasta que reparé en el traje blanco del hombre: una especie de túnica inmaculada cubría el azabache de su piel; era realmente hermosa la fotografía que mis ojos despistados contemplaban. Entonces, le devolví la sonrisa a la par que le preguntaba de dónde era. Él, sentándose con naturalidad en la arena y expresándome una alegría inusitada, paró el reloj del tiempo y me comenzó a narrar un retazo de su vida mientras el sol iba girando sobre nosotros mismos.
A cada cosa que me contaba, yo lo preguntaba más y más y él, obediente y satisfecho, me iba contando las edades de sus cinco hijos, el nombre de sus dos esposas, la tierra que araba de noviembre a abril en la lejana Guinea y, en mayo, cogía un barco para hacer el verano en las islas; así llevaba once años. Me contó que España ya era un poco su casa, la policía, sus amigos, y que la gente le trataba con amabilidad, aunque, el mismo día que partía de Guinea, ya estaba añorando volver.
No sé cuánto tiempo estuvimos juntos... Le vi partir y aún tuvo tiempo de volver la cabeza para saludarme una vez más y regalarme media luna risueña colgada sobre la noche de su cara.

Me levanté a caminar por la orilla mientras la espuma del agua jugaba entre mis dedos y sobre el horizonte el sol se despedía tiñendo mi cuerpo de princesa ficticia en el color de las fresas... Entretanto, mi mente se bañaba en un dulce y tierno chocolate.

PD. Se me olvidaba contar que le compré dos bolsos..., aunque eso para mí fue lo de menos.

3 comentarios:

Reina Letizia dijo...

Deberías haber comprado más. Para ser una princesa tienes que vivir como una Princesa y las Realezas compramos sin límite.

Besos de Reina y Felices fiestas

Beatriz Martín dijo...

Me ha encantado este relato por un momento me senti caminando contigo por el mar mientras veíamos vitrinas , excelente !!! amiga un beso desde mi brillo del mar

Alondra dijo...

Me gustaría tener tus libros, el mes pasado estuve en el Corte Inglés de la Coruña y no los encontré. Si le digo a mi librera favorita que me los pida a quién tiene que dirigirse ¿la editorial Pigmalión) Tus cuentos me tienen enganchada, el lenguaje es cercano y las historias te hacen sentir arte y parte de ellas.
Un abrazo