-¡Mare de Déu, Mare
de Déu! Estáis locos- rezongaba Virtudes mientras unas lágrimas salpimentaban
la ropa que recogía en ese momento del tendal.
Había llegado un momento
de su vida en el cual se desconectó del mundo. No sabe muy bien si por falta de
entendimiento o porque ya no la interesaba. Ella, luces tenía las justas pero
eso no era óbice para que no se diera cuenta y comprendiera mucho de los actos
de sus hijos junto al mutismo del padre y la presencia omnipresente de la madre
que era ella misma, Virtudes, la mujer que vino del campo castellano hace
treinta y cinco años a buscar trabajo a Barcelona.
¿Y por qué a
Barcelona y no a Madrid que estaba más cerca de su pueblo? Muy sencillo…
Virtudes por no saber no sabía lo que era una capital; nunca había salido del
pueblo ni de las faldas de su madre. Eran cinco hermanos y los cinco trabajaban
las tierras de su padre que antes fueron de su abuelo y mucho antes de su bisabuelo.
Trabajaban de sol a sol y era precisamente lo que Virtudes bien sabía hacer:
trabajar. Sin embargo, llegaron tiempos de malas cosechas, sus hermanos varones
emigraron a las ciudades en busca de pan y trabajo, y a su padre le dio por la
bebida, perdiendo las tierras de dos generaciones y una cirrosis se lo llevó.
Su hermana Suplicio,
que arrestos no la faltaban y el pueblo la picaba las entrañas, decidió también
marcharse, cuanto más lejos, mejor. Don Pere, el párroco, un catalán
reconvertido a castellano por los muchos años que llevaba por esas tierras por
mandato de su diócesis, escribió a unos familiares que aún conservaba en
Barcelona. Estos le mandaron un par de referencias para que Suplicio trabajara
de “Noia de servei” y, sin pensarlo dos veces, partió. Al poco tiempo de irse,
la madre, de pena y años, murió, quedándose Virtudes sola en el pueblo. Por
caridad cristiana a su madre y a ella, las habían dejado vivir en la casa que
tampoco era ya suya pues las tierras y la casa iban unidas. Así que en la calle
y sin nada con veinticinco años se fue en busca de su hermana a Barcelona.
Virtudes nunca había
visto el mar y aquella masa de agua interminable llamada Mediterráneo le
cautivó como le sedujo aquel azul de cielo tan lleno de luz. Comenzó una nueva
vida donde todo era nuevo y sorprendente para ella. Lo único que de verdad
conocía era trabajar y a su hermana; el resto, para ella, era volver a nacer y
aprender a caminar como si se tratara de una niña chica.
Entró de Noia de
servei, como Suplicio, en la casa de la cuñada de la señora donde trabajaba su
hermana. Y allí precisamente conoció a Pere, el chófer de la familia.
¿Qué vio en él? Todo.
Eran la noche y el día con solo dos puntos en común: trabajador y servicial y
amor a su tierra. Pere era extrovertido, soñador. Virtudes, tímida y realista.
Él apenas hablaba castellano y Virtudes nada de catalán, pero sus miradas y
gestos hablaban por ellos. Sus ratos libres siempre iban a la playa, a sentarse
en la orilla y sistemáticamente Virtudes decía a Pere “¡Me gusta tanto el mar!
No tiene patria ni condición y sus aguas darán eternamente cosecha”
Después de más de tres décadas ninguno sabe el
idioma del otro, sin embargo Pere aprendió a amar los campos castellanos sin
haberlos visto jamás y para Virtudes Cataluña se convirtió en su otra tierra.
La ama, la venera y no concibe su vida sin el Mediterráneo que la brindó su
segunda vida. Siete lustros mirando ambos en la misma dirección e igualmente
comprometidos que el primer día.
Pere y Virtudes aún
no se han jubilado, el trabajo les mantiene vivos y así les han podido dar a
sus hijos una amplitud de miras que ellos no tuvieron. Pero ahora, mientras
Virtudes sigue colgando la colada en un domingo de otoño soleado y dorado que
se dibuja por la parra que crece en el patio de su hogar, se pregunta para qué
tanto sacrificio si sus tres vástagos son más obtusos que ella misma sin ningún
estudio, ni si quiera su Pere, tan catalán que es y que nunca salió de su
tierra, es tan visceral como sus hijos.
- Ells saben el que volen, Virtuts. Allà ells, el futur és per a ells. Nosaltres ja hem fet tot el que
havíem de fer i orgull és l'única cosa que hem de sentir (Ellos saben lo que quieren, Virtudes.
¡Allá ellos! El futuro es para ellos. Nosotros ya hemos hecho todo lo que debíamos hacer y
orgullo es lo único que debemos sentir)- dice Pere a Virtudes con una sonrisa cansada
y una mirada buscado la comprensión de su esposa.
-Pere mírame a los ojos y contéstame, ¿Tú vas a ir a votar para separarte de España?
- Sí, Virtuts. Jo em sento català, no espanyol. Als teus fills els passa el mateix (Sí, Virtudes.
Yo me siento catalán, no español. A tus hijos les pasa lo mismo)- calla un momento para
coger aire, para seguir mirando a su amor castellano-… Així aquesta vegada, encara que
sentis que m'allunyo de tu, no és cert del tot ja que em quedo en una part de tu mateixa,
potser la més important, en els teus fills (Así esta vez, aunque sientas que me alejo de ti,
no es cierto del todo, pues me quedo en una parte de ti misma, tal vez la más importante,
en tus hijos)- los ojos de Pere taladraban a los de su esposa- ¿vas a respetar mi decisión?
Virtudes bajó los ojos pero sintió que los pasos de Pere se alejaban. Aquel domingo la comida
familiar fue distinta a otros festivos en los que se sentaban los cinco alrededor de una mesa y
compartían las cuitas semanales. A partir de aquel día en la casa de Virtudes más que voces
se oían susurros que enmudecían cuando sentían acercarse a Virtudes. Y en el hogar de esta
mujer sin más entendederas que la propia subsistencia, comenzó a crecer una brecha que ni
ella misma comprendía ni se explicaba, pero su tozudez, su forma de ser reservada le impidió
decir una palabra más alta que otra, ni siquiera un reflexión escapada en un momento de
soledad, nada.
Por su parte, tanto su marido como sus hijos, por amor, respeto y no querer herir a su madre,
silenciaron pensamientos, verbos, todo, y en casa de Virtudes y Pere se instaló la afasia.
Tan atribulada estaba que hasta su propia hermana se lo notó y un buen día la invitó a dar un
paseo. Se acercaron hasta la playa, el lugar predilecto de Virtudes. Ambas hermanas se
descalzaron, a las dos las gustaba el contacto de la arena en sus pies. Caminaron hasta
la orilla. Virtudes se volvió a su hermana y mirándola con una sonrisa extraña, dijo:
-Me hubiera gustado saber nadar para comprender qué sensación es la de flotar.
¡Me gusta tanto el mar! No tiene patria ni condición…, es de todos. Nunca se me ocurrió
pedirle a Pere que me enseñara. Si hubiera aprendido, quizá ahora sabría flotar entre dos
aguas, hermana.
-Algo dejó caer Pere el otro día cuando estuvo en casa de mis señores y no te entiendo
Virtudes. Cataluña te ha dado todo, en cambio España nos quitó todo- Virtudes al oír las
palabras de su hermana se volvió y en su cara solo había estupefacción.
-Suplicio, ¿tú también reniegas de España?
-Mi patria es esta, Virtudes, no te digo nada más. Es lo que siento.
Las hermanas no hablaron más. Fueron por el reborde del agua mientras la tarde palidecía
y una suave brisa agitaba sus hebras de plata. Virtudes se agarró al brazo de su hermana
pero presintió en él la frialdad del hielo y lo soltó.
Se dijeron adiós y cada hermana tiró en una dirección. Virtudes se montó en el autobús
sentándose en un asiento de atrás del todo. Solía hacerlo con asiduidad siempre que estaba
libre. Sentía que era el confesionario consigo misma mientras sus ojos se perdían por el
ventanal viendo la ciudad. Esa tarde se sentía especialmente sola y abatida. Nunca se había
sentido así como si su corazón se hubiera rasgado y nadie acudiera a coser su herida.
El autobús paró en un semáforo y mientras ella miraba a lo lejos el Mediterráneo,
un fuerte impacto rebotó en el autobús. El cuerpo de Virtudes salió despedido; apenas
vivió unas horas.
- ¿Pare, on anem a soterrats a la mare?
-En el Mediterráneo. No tiene patria ni condición y sus aguas darán eternamente cosecha.
Fue la única vez que Pere habló en castellano. El uno de octubre Pere y sus hijos fueron a votar.
3 comentarios:
Yo también voy a votar siempre. Voto por el futuro, por la felicidad. Una es una Reina sensible.
Besos de Reina
entretenido relato que nos das para compartir Maria Angeles ha sido un placer leerte desdee mis horas rotas saludos . jr.
Mi muy querida Ma. Ángeles :
El ser trabajador y servicial y amar a su tierra son virtudes que dicen muy positivas cosas de quien las posee.
Publicar un comentario